sábado, 26 de septiembre de 2009

Corte de cabello

Hoy quería comenzar de nuevo. Por eso, decidí recortarme el cabello. Es mi parecer que todo lo que vivimos, se lleva en diferentes lugares del cuerpo. Como no puedo deshacerme de la boca o de las manos, me las veo con el cabello. La muchacha de turno en el salón sugiere algo no muy drástico. Conjugaría bien con la forma de mi rostro, dice ella. Coincidimos. No me sentará mal verme atractivo para construír nuevos recuerdos que filtrar. Unos se quedarán. Otros se irán. Los que se van siempre se alojan en el cabello. Nunca he estado muy encariñado con este. Digo, crece rápido, muere rápido y, como yo, tiene sus buenos y malos días. Me veo en el espejo. Es muy alto. Me parece que aún enmarca el rostro del que llegó a deshacerse de una vieja versión de sí por desacuerdo. Por inconsecuencia. Esta vez, yo sugiero algo más corto. Ella no se ve muy convencida. Pero, con las cosas del cuerpo de uno, uno siempre tiene el derecho de hacer y deshacer. Esta vez ha quedado muy corto. Concentrado sobre el centro de la cabeza. Así se ve más oscuro. Deja ver las cicatrices que posee mi rostro. Lo envejecido de las comisuras de los ojos. La forma pronunciada de los pómulos. El alcance de la boca. Sonrío. A la muchacha, habrá que darle propina por la paciencia. Esperan que regrese pronto. Según ellos, el corte necesita mantenimiento. Les digo que sí. No muy convencido. Más que un tipo de corte específico, este ejercicio necesita tijeras y cabello. Que caiga de la cabeza a los hombros. Que uno pueda pisar las pilas de cabello muerto. Que sea como dejar en ese extraño lugar los recuerdos que se desvían de lo que uno quiere para sí mismo. A mis conocidos, no les gusta. Maltrata mi rostro, según ellos. Lo inflama. Les digo que no se preocupen. Crecerá. De todas formas, aún estoy joven. Hay cosas que no he vivido. Hay cosas de las que aún no me he arrepentido. Cuando sucedan, confío en mi cabello. Es una relación de amor y odio. Él que me odia por recortarlo sin piedad. Yo que lo amo por ser la bodega que creo y destruyo según mi necesidad.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Esta es la segunda vez que le veo

Esta es la segunda vez que le veo. Está un poco más delgado. Pero, no es eso lo importante. Lo importante es que está aquí. En este lugar. A solo un brazo —quizá también un beso— de mí. Lo noto algo serio. Quizá, cambiado. Me sonríe. Se toma el tiempo de darme algo más que un saludo. Un abrazo, una señal de confidencia. Algo que deje claro que nos acostamos el año pasado. Como siempre, primero circundamos el territorio con una conversación agradable. Preparo mi mirada. Quiero que diga lo que tiene que decir. No sé si lo consigo. Como la última vez que lo vi, aún no consigue detener las implicaciones de mis ojos sobre los de él. Ve hacia otro lado. El cuello me aprieta. Decido apresurar las cosas, me muevo hacia la parte más apartada del jardín. Me sigue. Me besa. Su cuerpo está cerca del mío por la fuerza con la que su brazo empuja mi espalda. Nos acostamos. Para mí es mejor que nunca. No digo mucho. Duermo viéndolo. A él. Que se ponga encima de mí, le pido. Que así voy a dormir mejor. No se queja. Lo hace. Por la mañana amanecemos en camas separadas. Me aflige. Decido pensar que algo le sofocó. Después de todo, había sido una noche muy calurosa en la ciudad. Ahora sé que se trataba de la primera señal. Nos volvemos a citar. Lo mismo de siempre. Ahora detiene los besos para hacer preguntas. No son como antes. Son preguntas muy complejas para decírseles al amante. Respondo que sí o que no. Entristezco. Adelgazo. Me emborracho. Le invito a una cena privada. Tengo la esperanza de encontrar lo que tuvimos. Quizá por la noche. Quizá ahí. No pasa nada. Vuelvo a entristecer. Vuelvo a adelgazar. Me vuelvo a emborrachar. No sé por que lo hice. Desnudarme así frente a él. No lo había hecho antes. Le dí la oportunidad a él. Que viene de muy lejos. Que no tiene más relación conmigo que un verano hace un año. Uno mágico y efervescente. Uno que no volverá a ocurrir. Él no lo sabe. Que lo de hace un año fue único. Él piensa que ahora tenemos algo mejor. Él cree que esto nunca fue algo. Él nunca se enamoró. Se va. Tomará su avión. Dice que nos podemos encontrar en Madrid en Septiembre del próximo año. Sonrío. Suavizo el rostro. Pienso en el próximo año. Pienso si podré volverlo a ver. Pienso en él. Pienso en mí. Pienso en el beso que ahora él le dará a alguien más. Pienso en el beso que no me dio a mí. Apretón de manos. Cierre. La noche cae por las ventanas de mi habitación. El silencio de la ciudad. El callado quejido del corazón que está roto. El suave cascabel que es el miedo creciente de volverse a enamorar.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Leaving Las Vegas

Alguien dijo alguna vez que el punto de quiebre del exceso habita en el lugar exacto en donde este interrumpe la vida del que lo ejecuta. Ahora bien, ¿qué es de esta máxima cuando el exceso no tiene alguna vida que interrumpir? ¿Será que es entonces cuando el exceso es lo más puro que puede ser?

Leaving Las Vegas (1995) lo trata de averiguar. Se arma de un actor con cara de paranoia, de una actriz con una belleza muy sencilla y de una ciudad lo suficientemente brillante para cruzar con facilidad la línea que divide la celebración del hastío. Bajo estas directrices se hace posible desarrollar la historia de cómo un hombre comprometido va cayendo, a velocidad exponencial, en lo que podría clasificarse como territorio prohibido para la mayoría de nosotros.

Como suele suceder con cualquier filme que ilustre el lado oscuro del corazón humano, este también cautivó y aberró al público al momento de su salida. Los cautivó, quizá, por el grandioso trabajo del actor principal —quién, debe reconocerse, supo manejar muy bien la maravilla que es el abismo del espíritu del hombre— si no por ello, quizá por la frágil técnica que ocupó el director para filmar. Aberró por que sigue siéndole difícil al hombre dirigir la mirada hacia los cuerpos de aquellos que fueron más susceptibles a la corriente que mueve el corazón del hombre.

El sexo, la prostitución, el alcoholismo, las drogas, el masoquismo y la depresión en esta película pueden ser vistos de dos maneras. La primera, la más tradicional. Simples fenómenos resultantes de hombres que valen no más que nada. Elementos que se dejan al margen y que, por obra y gracia de la Sociedad, saldrán de nuestras calles y nuestras ciudades por acción de ellos mismos. Pero, también está la segunda. Estos fenómenos son las consecuencias de haber jugado y haber perdido todo el corazón en una sola carta. No es que sean modelos a seguir. Es que hay que reconocerles que los que ahora llevan esos monstruos encima le dieron la cara a la vida de una forma que, quizá, algunos de nosotros no hemos logrado.

El hombre que, como nuestro personaje principal, decide acabar con su vida de la misma manera en que comenzó a olvidarla; lleva dentro de sí un corazón animal, poco domesticado; que, como el niño, salvaje y violento responde a las carencias que no supo llenar nadie ni nada. Es caprichoso. Es estúpido. Es destructivo. Pero, ¿no es así, también, La Naturaleza? ¿No es así nuestro origen?

martes, 8 de septiembre de 2009

Turbio, caótico, caníbal

En este pequeño jardín de juegos jugamos a hacernos daño. No conocemos algo mejor que hacer. O, al menos, no creemos que haya algo mejor que hacer. Hemos sido así desde hace mucho tiempo. Él le hizo daño a ella. Ella a él. No tomamos más nota que del daño propio. Cuando este se manifiesta, lo demás parece ya no importar. Aunque en su inicio sea un juego inocente, nos ensañamos. Nos obsesionamos. Nos retorcemos. Queremos contagiarlo. Nuestro pecado lleva en la raíz lo verde del fruto que aún no ha madurado. En su copa: la corrupción de la carroña. Somos niños y niñas que se lastiman en el corazón. Encerrados en un frágil jardín. Atrapados por cercas que creamos con los cuerpos de los más débiles. ¡Cómo nos duele la herida provocada!Pero, cuanto placer nos brinda provocarla. Así se ve este jardín para los de afuera. Como un pedazo de tierra entre nubes y serpientes. Turbio, caótico, caníbal. No tenemos planes de dejarlo. Aunque el número de pérdidas siga aumentando. No hemos conocido lo que hay allá afuera. Vivimos a la expectativa de la apropiación del yugo. Lo esperamos en nuestras manos. El día que el arma caiga en manos ajenas sufriremos. No reconoceremos que es entonces cuando nos elevamos por encima de los árboles de manzana. No sabremos ver la salida. No por que no queramos. Sino, por que no aún no hemos conocido algo mejor.