miércoles, 17 de marzo de 2010

Somos más

4
Lo que más le desespera es el panorama. Se supone que iba a encontrar algo muy parecido a la plenitud en este rincón del Sur. Sin embargo, en la cima de esta montaña, con un cielo así: tan despejado que oprime; es lo que menos ha podido conseguir. En todo caso, lo contrario. Lleva sólo treinta días viviendo en el monasterio de unos tipos extraños. Muy a pesar de la dieta vegetariana, el agua fría y los colchones a base de tablas, se animó a mudarse por la grandiosa idea de obtenerlo Todo a cambio. Ahora no sabe qué pensar. Con gusto mataría a uno de estos tipos santos con tal de conseguir un boleto de regreso. Sentado, de madrugada, no sabe si el insomnio lo empuja a la locura o a una reveladora racionalidad: ¿Adónde está dios en este lugar? ¿Adónde está la inmensidad? Cierra los ojos y sueña con una Coca-Cola. Una caminata bajo la luz de la tarde. Una vida en un mundo en donde no hay más dios que la comodidad.

5
No es que me acueste con él por que lo quiera. Lo hago por que se me hace necesario. Quizás es que no soy como ustedes. Yo sí puedo escindir el cuerpo del espíritu. No pueden venir a decirme que no se puede hacer. Llevo seis años haciéndolo. Igual, sigo considerándolo algo temporal. Lo haré hasta que se me plazca. Sino, hasta que aparezca alguien real. Aunque, honestamente, se me ha dado por pensar que no existe tal cosa como el amor. Que no es más que pura habladuría. Tampoco es una cuestión de crueldad. Él tiene bien sabido que en este juego nocturno nadie tiene compromisos. Si yo quiero contesto, si él quiere abre la puerta. Sí, lo sé. Sé que él mira mi espalda con añoranza cuando me retiro de su habitación y el círculo oscuro de la noche me cubre. No me miren así. Yo también traté de quererlo. Es sólo que no puedo. Está bien. Lo acepto. Yo también deseo, muy en secreto, unir el cuerpo con el espíritu. Para mientras me divierto: ¿Eso los deja tranquilos? ¿Dejarán de gritar? ¿Dejarán de aparecerse día y noche? ¿Si?

6
Han pasado seis meses desde que la compañía para la que él trabaja lo trasladó a otra ciudad. Ha pasado un poco menos del mismo tiempo desde que conoció a esa mujer que le transformó la vida en un bar. Si las cosas fueran perfectas, él tendría veinte años años ella; ella sería rubia y él no tendría tres mujeres esperando en su ciudad natal. Su hija y sus dos esposas insisten en ir a recogerlo al aeropuerto cada quince días y sorprenderle con cartas y una cena que siempre le da asco comer. Y es que cuando va a la cama, en cualquiera de las dos ciudades, las imágenes de su esposa y su amante se confunden. Sino, la sonrisa desbordada de placer de su amante se inserta en las dentaduras incompletas de sus hijas. Aveces le da por pensar que va a dejar a su familia; pero, siempre le invade el mismo sentimiento de impotencia. También ha pensado en dejar al amante, pero un hombre verdadero no sabe resistirse al deseo cuando corre por la sangre. Las cosas se están poniendo difíciles. La amante quiere presencia. Su esposa y sus hijas, también. La exigen con el coqueteo que sólo las mujeres saben hacer. Él viviendo dos vidas. Dos vidas que difícilmente pudieran sumar una sola.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Somos muchos

1
No sabe cómo decirle a su hermano que no le odia. Ya casi son dos años desde que se separaron abruptamente. Aún así, su memoria le devuelve —a manera de fúrico oleaje— el recuerdo del día en que la brecha del odio se originó en su corazón: uno muy joven. Ahora ha llegado a la gran conclusión que lo que alguna vez lo separó de su hermano es todo aquello que en estos momentos él necesita. No supo digerir la abrasadora pasión con la que su hermano se lanzó a lo que le era propio. Está acorralado. Si quiere moverse de este sitio desértico tendrá que incluír de nuevo en su vida a su hermano. No sabe cuáles son las palabras que hay que decir. No sabe como llenar el espacio de tiempo que ha funcionado como separador definitivo entre él y su hermano. Mirada sobre el hombro, la lengua atada. No sabe cuánto más podrá seguir en esta habitación desolada.

2
Hace más de diez años que aterrizé en esta ciudad. El aeropuerto no parece haber cambiado en lo absoluto. El diferente soy yo. Ahora las paredes forradas de plástico verde no susurran promesas de una vida mejor. En todo caso, chorrean el pesado líquido de la decepción. Me duele mucho reconocer que me equivoqué. Haberlo dejado todo por el impulso de un nuevo comienzo. Dejar, en mi ciudad, los pendientes con mirada de melancolía. Ahora tomo el vuelo de la tarde. Regreso a mi ciudad hasta mañana. He tomado las medidas necesarias para instalarme en un lugar alejado de mi barrio. Tampoco me despedí de este lugar. Regreso a mi ciudad por que aún no existe un territorio definido para el limbo. ¿Qué se supone que sigue ahora? Por las ventanas del avión se comienzan a ver los rascacielos del Sur. En mi cabeza sólo habita una voz que me recuerda que no estoy joven, que ya pasaron diez años y que regreso exactamente al mismo punto del cual partí.

3
A ella, el asunto que le tiene inquieta tiene que ver más con su pasado que con su porvenir. No es tanto pensar en qué va a hacer a partir de ahora; sino, más bien, es mirar hacia atrás y tomar consciencia absoluta de que todo lo que ha construído ha sido un fantasma de lo que ella creía de sí misma. No ha sabido llenar sus propios zapatos. Su cuerpo parece confirmar sus más temidas sospechas. Si antes lúdico y brilloso, ahora es opaco y aburrido. Los que la conocen le hacen ver que hay mucho más adelante de lo que hay atrás. En términos de tiempo, les da la razón. Pero su problema, más que de años, tiene que ver con la plataforma en la que está ubicada. A esta edad, con este cuerpo, ella ya esperaba haber conquistado, siquiera, uno de sus sueños. París, el amor, una mascota, la independencia, el odio, una novela, haber servido a la humanidad. Nada. Ni un solo objeto de su larga colección de deseos. Antes de tomar la cuota de ansiolíticos que le permite dormir sin descansar, aprieta los labios y piensa en lo que le seguía a esa primera lista. El desamor, la muerte de un ser cercano, la segunda novela, un lugar con balcón, dos ciudades en menos de cinco años. ¿Cómo pensar en el futuro sin haber siquiera conquistado el escalón de abajo?

miércoles, 3 de marzo de 2010

Juego de luces y sombras

02:30 AM

Lucas despierta después de dos horas y media de haberse acostado. Pronto no recordará haber abierto los ojos a esta densa oscuridad que es muy característica de la madrugada. Sin embargo, en este breve momento, pequeña y glorioso encuentro de la conciencia y la inconciencia, Lucas adquiere un atisbo de noción acerca del lugar en el que está ubicado. Con Lucas, los papeles se han invertido. La noche se ha convertido en el día y el día en la noche. El Lucas presente es el Lucas onírico y el Lucas onírico es el Lucas presente. Todo está al revés. Al revés de cómo debería ser.

07:00 AM

Lucas despierta definitivamente. La luz de la mañana irrumpe de manera horizontal por las persianas. La mirada de Lucas se detiene en la pared a su costado: la luz baña de manera intensa la suave superficie de una pared color olivo. Aunque los ojos de Lucas estén abiertos, no están viendo. Desde hace un tiempo hacia acá, las mañanas de Lucas están filtradas a través de un cono de ensoñación. No hay voluntad en su movimiento. Todo es inercia. Lucas, entonces, se asemeja a las flores de los pastizales que, víctimas del despiadado viento, son arrancadas del suelo o mueren desesperadas del aburrimiento.

02:30 PM

La tarde se asoma, irritante, por los rascacielos de la ciudad. Para hacerse notar, atraviesa las ventanas, y las paredes, que insisten en elevarse desde el suelo. Lucas fuma un cigarrillo mientras tararea una canción. El humo entra y sale por sus fosas nasales. Adentro, el humo no deja más que manchas en los dientes y borrones en los pulmones. Las notas de su canción sólo provienen de las cuerdas vocales avergonzadas. Ya nada es como fue.

09:00 PM

Lucas está ansioso. El cenicero que acumula una docena de colillas lo confirma. Se le ocurrió gastar su tiempo libre en cine. Filmes de directores radicales. Esta noche proyectó una sobre un criminal con un desorden químico en el cerebro. Elección equivocada si se quiere mantener la paz. Por sobre su hombro, Lucas puede observar el desenvolvimiento de su día. Nada importante. Nada grandioso. Nada terrible. Una simple sucesión de movimientos no muy distintos del diseño de las caricaturas que se arman con números y puntos: trazando la línea de arriba hacia abajo o de derecha hacia izquierda. Piensa en el poco tiempo que tiene antes de ir a la cama. La ansiedad se incrementa.

12:00 PM

Lucas ha depositado su cabeza sobre la almohada. Ocupará entre quince y diez minutos para pensar antes de dormir. La mayoría de ese tiempo se le irá pensando en el pasado. En lo difícil que fue lidiar con el insomnio. En las batallas que libró. En todo lo que perdió. En las heridas que lleva adentro y afuera. En su familia, en su comportamiento. En el hecho de que ahora tiene un hogar, tiene un horario, tiene…tiene sueño. Y duerme. Dormirá por muy poco tiempo.

2:30 AM

Lucas despierta. Lucas despierta a un sueño. En su sueño, es un animal. Una bestia.

2:45 AM

Lucas está desesperado. No sabe cómo volver a conciliar el sueño. Piensa en todo lo que hay que hacer al siguiente día. Se desespera más. Aprieta los puños bajo las sábanas. Patalea. Chilla.

3:15 AM

Lucas tiene una mirada distinta.

3:17 AM

Lucas ha realizado que la vida a la que despierta por las mañanas es sólo una portada de cartón infiel a su persona. Piensa en la muerte. Piensa en la suya.

07:00 AM

Lucas despierta. Aparte de los ojos, ligeramente enrojecidos por el desvelo, en Lucas no hay señal alguna de la maravilla que acontenció durante la noche.

La luz del sol anuncia que es de día.