lunes, 30 de mayo de 2011

Conciencia sobre conciencia

Tomó conciencia de lo fácil que sería perderlo todo y le invadió un miedo paralizador. Se había preocupado por ser del tipo que observa y no del que vive. Ahora estaba de pie, de puntillas, en el medio de un vasto océano oscuro de irreparable densidad. Naturalmente, se descompuso. Las mejillas perdieron su color, la sangre corría más rápido y aunque el cuerpo se sintiera como si estuviera más vivo, a él le parecía que estaba a segundos de volverse un puñado de carne: una nada. Tomó conciencia de su miedo y la voz en su cabeza se volvió insoportable. Le parecía que su identidad había caído cientos de escalones abajo del lugar en dónde acontecía aquello que él llamaba tiempo presente y que se sentía como si la misma vida estuviese siendo vivida por alguien más. Cerró las puertas y las ventanas. Refugiarse parecía lo más natural en un mundo que se había convertido en un verdugo. Envuelto en la sombra de una habitación por la que apenas pasaba el tiempo, tomó conciencia de su conciencia. Se erigió como un pilar sobre su propio cuerpo y vio aquello que realmente era. Las mejillas ardían en color, la sangre se volvió ligera como la luz. Regresó adónde se encontraba. Tomó conciencia de lo fácil que sería perderlo todo y articuló una sonrisa. Primero la punta del pie, después el tobillo, después el pie por completo, las rodillas, el muslo, el tórax, el cuello, la cabeza y todo él entero se sumergieron en el mar. El mar se extendía con una irreparable luminosidad.

San José, Costa Rica.

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