martes, 27 de octubre de 2009

Revelación

Esta mañana desperté a lo que resultó ser una revelación. Desde hace algún tiempo, mi hermano y yo hemos coincidido en algún lugar que existe entre sus sueños y los míos. En la infancia, tenía lógica que así fuera. Veníamos del mismo núcleo. Compartíamos la misma violencia. Por las noches, solíamos mirarnos a los ojos hasta quedar dormidos. Sonreíamos por que sabíamos que esa misma noche estaríamos jugando en un jardín que era de las mismas dimensiones que el que teníamos en casa pero que, para gloria nuestra, tenía un cielo que podía ser el mar o el infierno. Éramos muy unidos. Sin embargo, a medida fuimos creciendo, nuestros ánimos fueron formándose bajo diferentes luces. Él se acercó peligrosamente a la religión. Yo, al vacío. Nuestros encuentros nocturnos se volvieron menos frecuentes. De hecho, si sucedían, dejaban una huella poco reconocible en la memoria. Algo así como el eco de una voz que no se sabe si se ha escuchado o no. Algunas veces, reconocíamos el uno el otro la mirada invadida de complicidad que indicaba que habíamos estado horas atrás en un mismo lugar. Muchas veces un lugar prohibido. A pesar de esto, ninguno de los dos decía algo al respecto. Hasta esta mañana pensé que habíamos perdido nuestra conexión. No fue antes de que terminara de frotar mis ojos, cuando escuché la voz de mi hermano diciendo que había soñado conmigo. En su sueño, compartíamos un mismo cigarrillo que yo había encedido deliberadamente para provocar tentación en él. Antes de que terminara de relatarlo, su rostro se transformó hasta formar un gesto de extrañeza. No entendía la razón de mi sonrisa. Una sonrisa que implicaba cierta intención escondida. Después de que se retiró de la habitación, estuve pensando en nuevas maneras de fortalecer nuestro vínculo. Necesito hacerlo. Sin él, no puedo conocer todo aquello que nos ha sido arrebatado desde nuestro nacimiento. He decidido, como primer paso, visitarle más seguido. Para lograrlo, necesito poner toda mi fuerza en su espíritu. Aun si esto significa arrastrar a mi querido hermano hasta este lugar que irremediablamente es el vacío y que es donde yo habito.

domingo, 18 de octubre de 2009

No es la última pieza del dominó

Aveces siento que todo en mi vida es así. Pequeñas alegrías, pequeñas tristezas. Grandes homenajes. De cierta forma, es fácil de comprender el patrón conductual. Al no encontrar mérito en lo que está a mi alcance, creo la sensación a partir de una receta bien calculada. Lo que busco se asemeja a un vaivén. Uno acompañado de una especie de ensoñación. Curioso que lo ponga así, por que lo que más se necesita para conseguirlo es estar despierto. Consciente. A algunos, esto se los brinda las letras. Sino, la música. Hay otros —no sé si más o menos afortunados— que lo obtienen de alguien más. Del Amor, por ponerlo con palabras más exactas. También están lo que nunca lo consiguen y que nunca se han preocupado por buscarlo. Estos son más llanos. Pero, definitivamente viven más tranquilos. Yo he probado con varios de estos recursos. A todos los he agotado. Cuando pienso eso, me siento adelantado a mi edad. Pero, si profundizo, reconozco que siempre he sido muy precoz en materia de desesperanza. Sé que no debería. Después de todo, en muchas cosas aún soy un muchacho. En muchas que son importantes. Sino, me lo recuerdan los filmes. Los franceses y los viejos, sobre todo. En ellos, los protagonistas obtienen todo lo que han buscado poco después de la mitad de sus vidas. En este tema, los libros son una tortura. Los buenos y los que más logran calar en mí, son de hombres muy jóvenes. La violencia de la juventud es algo invaluable. Para tranquilizarme, observo que los autores que leo son hombres exepcionales. Genios. Hombres y mujeres de los cuales me separo abismalmente. Sí, si es una fortuna que no todo esté perdido. En este camino hay zonas de descanso. También hay trenes en los que aún no me he montado. Supongo que puedo decir que aún me falta por vivir. Lo agradezco. En el medio de toda esta desazón, me mantego firme en una sola cosa. Si la llama que lleva la vela que guardo en mi pecho ha conseguido mantenerse encendida, estamos hablando de milagros. Y aunque no me guste reconocerlo, es lo que me mantiene aferrado a la habitación en la que yo vivo.
-Gracias a Diego por rescatar, de una conversación, las tres primeras líneas de este texto.

martes, 13 de octubre de 2009

El hombre y la bestia: Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1941)

El hombre que ha decidido lanzarse al peligroso viaje al lado oscuro de su corazón, tiene que ser el mismo el hombre que no tiene ningún problema con dejar pasar al Diablo por la puerta de su habitación. En algunas cosas, es como cualquier otro. También lleva consigo un pecho encogido por la irreconciliable lucha de las dos voces a las que es acreedor por el simple hecho de haber nacido humano. También muerde sus labios ante la sublime tentación que es la piel, como sábana extendida, brillando a consecuencia de la luz de la noche sobre ella. También se sabe avergonzado al reconocer frente a un espejo que es él, y sólo él, el mismo que gestó los pensamientos que lo llevaron a encontrar su imagen algo borrosa: como con facciones desdibujadas. Pero, en algunos otros asuntos, es distinto. Encontrará la manera de desligar al Animal de la Razón. Sólo una de sus voces responderá a los violentos himnos de la noche. Sólo una de sus manos se posará sobre el efervescente muslo que invita al desenfreno. Sólo uno de sus labios reirá emborrachado por las sombras del abismo. Pasará entonces que el hombre que quiso conocer lo más puro de la maldad se convertirá en eso que los demás han sabido evitar. Sucederá que la voz del animal se volverá gruñido. El gruñido ahogará la armonía y este hombre dejará de serlo. Y como en la historia del imprudente: este hombre, ahora animal, será la consecuencia. Jamás el camino. Aún si supo dibujar el camino que todo hombre debía de seguir.

domingo, 11 de octubre de 2009

Clara et moi

Clara et moi (2004) es como la vida.

Es maravillosa. No requiere más que la apertura de dos corazones para ensamblar una historia lo suficientemente valiosa para ser contada. Lo suficientemente humana para ser escuchada. Lo suficientemente válida para morderse los labios y esperar que algún día Ud. sea el que se encuentre al Amor en el asiento de frente del metro de París.

Es sencilla. Por que a pesar de las complejidades que trae consigo enfrentarse a las decisiones que vivir esta vida implica, la decisión más adecuada se encuentra atada al corazón y no a la razón. Está ahí: en la voz oculta de la intuición. En esa que suena como a eco y que, sin embargo, es más fuerte que cualquier grito que alguna vez podríamos ejecutar.

Tiene música. No es difícil —y es magnífico— adjuntarle a los momentos la música que mejor se apega a ellos. Los intensifica. Les brinda una especie de filo con el que, en cuestión de minutos, se transforman en aquellos días que rigen todo lo que la vida será a partir de ellos. En esta oportunidad, el filme cuenta con la composición de Benjamin Biolay. Un trabajo digno de reconocer. Colabora con la fluidez y le permite al espectador formar parte de una historia de amor que, aunque no propia, por la música también puede pertenecer a él.

Es triste. Por que en este lugar en donde vivimos el territorio es irregular. No contamos con una pradera llana. En donde nosotros nos movemos hay altos y hay bajos. Hay altos muy elevados: tan elevados que es posible dejar de respirar por un segundo. También hay bajos: muy profundos. Brechas que se abren en el terreno y envían al hombre ahí adónde él pensaba que no tenía cabida.

Es rotunda. No siempre cumple las expectativas. Nunca pretendió hacerlo. Es, al mismo tiempo, aliviador y doloroso. Está llena de pequeños detalles que construyen todo lo que nosotros somos ahora. Está llena de pequeños defectos.

Pero, sobre todas las cosas, el filme es corto. El presente se piensa para siempre aún si dura unos cuantos minutos. El futuro depende directamente de adónde hayamos dirigido la mirada. De lo que dijimos y de lo que no. De lo que dejamos entrar y de las puertas que cerramos.

sábado, 10 de octubre de 2009

El agujero

A Claudia.
Fue hasta el momento en el que lo encontramos insoportable, cuando decidimos lidiar con el agujero que había surgido en la sala de estar. No teníamos idea de que esto podía pasarnos también a nosotros. Siempre hemos sido muy cuidadosos. Algunos de nuestros vecinos, que ya están familirizados con el problema, nos recomendaron dirigirnos al mercado del centro de la ciudad. Según ellos, ahí encontraríamos no una, sino un ciento de soluciones. Al llegar al lugar, lo confirmamos. En poco tiempo tuvimos en nuestras manos casi millar de pequeñas muestras de alfombras. Un muestrario muy variado. Uno muy satisfactorio. Había toda suerte de alfombras: pequeñas, grandes, cuadradas, asimétricas, oscuras, brillantes, delgadas, gruesas, fabricadas en este mundo o fabricadas en algún mundo de afuera. Convergimos en una alfombra gruesa de significativo tamaño con un patrón muy inusual y que, según el vendedor, venía de un lugar en donde las alfombras alguna vez habían sido agujeros. Nos pareció única y adecuada. En el mercado nos explicaron que este tipo de agujeros surgen por consecuencia del contacto entre el cuerpo humano y algún punto del suelo del lugar en el que este habita. No un contacto cualquiera, sino uno específico. Para ser justos, ya lo sospechábamos. La mujer que vive al lado de nosotros consiguió crear un agujero la misma noche que termino de escribir los relatos en los que describía sus últimas citas sexuales con el Demonio. Decidió darse una siesta con justa razón. Despertó flotando sobre una llama violeta que provenía del sótano y atravesaba los dos niveles de su casa hasta llegar a su habitación. Aproximadamente, nuestro agujero medía un metro de ancho y unos dos de alto. No había sentido en buscar a un culpable. Días anteriores al suceso, cada uno de nosotros estuvo envuelto en lo que nosotros conocemos como nuestros episodios. Siempre hemos sido muy vulnerables a las fronteras que rigen el espíritu humano. Las cruzamos con facilidad. Perdemos noción de lo consciente y aparecemos en algún lugar entre este mundo y otro que no sabemos como llamar. A causa de esto, nos manejamos con precaución. Sin embargo, se nos hizo imposible combatir la comunión que surgió entre las condiciones del clima y las que nos regían en ese momento específico. La noche en que el agujero se abrió paso, escuchamos susurros en toda la casa. Eran muy molestos. Sabíamos que se trataban de diferentes voces, lo que no podíamos descifrar era lo que decían. Aparte de sonar en una frecuencia diferente de la regular, se atropellaban unas a otras y aveces sólamente gemían. Decidimos dejarlo pasar. Pero, luego se las comenzaron a ver con algunos de los hábitos que más gusto nos dan. Cambiaban el sabor del té que tomábamos por la tarde, escondían los cigarrillos y le daban otra implicancia al whisky que bebíamos los sábados por las noches. Convenimos en buscarle una solución. Esta mañana colocamos la alfombra sobre el agujero. Queda a la perfección. Sería justo decir que ahora dormiremos tranquilos. Pero, seguimos pensando en lo que dijeron algunos de los vendedores. Esperaban que no fuera muy tarde. Según ellos, cuando esto no se arregla a tiempo el agujero puede mudarse al pecho del hombre. Y como dijo uno de ellos: aún no se ha encontrado alfombra alguna que cubra uno de esos. No supimos qué decir. Por el momento, guardaremos silencio y esperaremos lo mejor.