En la noche los ángeles de yeso y mármol lloran. Sus ojos inanimados, residentes del sur de la ciudad, parecen no tener más alternativa que entregarse al vaivén de emociones que, mareador, llega desde todos los rincones de su rededor. Sus figuras están circunscritas al dolor del hombre que llega como gritos, lamentos, suspiros, gemidos y deseos irrealizables. Antes de que se termine la noche el hombre regresará a su lecho herido. Sufrirá en silencio. Guardará su dolor en la intimidad y hará de este un sello indeleble. Con el final de la noche, el frío beso de la madrugada secará las lágrimas de las figuras del cementerio.
martes, 24 de febrero de 2009
La ciudad habla
En la noche los ángeles de yeso y mármol lloran. Sus ojos inanimados, residentes del sur de la ciudad, parecen no tener más alternativa que entregarse al vaivén de emociones que, mareador, llega desde todos los rincones de su rededor. Sus figuras están circunscritas al dolor del hombre que llega como gritos, lamentos, suspiros, gemidos y deseos irrealizables. Antes de que se termine la noche el hombre regresará a su lecho herido. Sufrirá en silencio. Guardará su dolor en la intimidad y hará de este un sello indeleble. Con el final de la noche, el frío beso de la madrugada secará las lágrimas de las figuras del cementerio.
domingo, 22 de febrero de 2009
La vorágine
jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia."
La vorágine, Primera Parte.
Sucede, con la vida de los hombres, que esta se encuentra circunscrita en las magníficas baldosas en donde convive la trivialidad de los hábitos y la violencia de lo inefable. Quizá no sea así con la vida de todos los hombres; pero, al menos, así lo confirman la vida de los hombres extraordinarios. Y sin lugar a dudas, son estos los hombres que han sido los más humanos de todos nosotros.
La vorágine, de J.E. Rivera, lleva al lector a través de la espesura de la selva suraméricana y lo hace, de encantandora manera, guíado de la mano de un hombre que despierta -con todo el sentido de la palabra- cuánto más su corazón se llena de oscuro arrebato. Se desarrolla en tres partes, diferentes todas ellas en densidad y en rostros del mismo hombre.
Arturo Cova - poeta, hombre insensible, arrebatado de razón, salvaje, verdugo de su pasión, muerto, cobarde- logra asaltar la indiferencia que ha ocasionado en sí la ciudad en la que habita su espíritu. Toma acción, creyendo inocentemente conquistar su destino y se lanza a la densidad de una tierra en donde el hombre convive con la fría sombra que regalan los árboles desde la antiguedad y con el terrible sonido de su propia voz que rebota, aún más fuerte que sus gritos de desesperación, en la obligada soledad a la que se ata a medida avanza más en su viaje. Su conquista no dura más de un reducido número de páginas: su destino es el de despertar la selva que habita en el espíritu del hombre: y es esta a la que se debería guardar absoluto respeto.
La novela, fiel testigo de su narrador, respira a través de los exhaustivos suspiros del protagonista. Aún hombre racional, el viajero logra llenar su cabeza de intensos pensamientos que provienen indudablemente del descubrimiento de su nuevo estado. Como todo hombre, ante el advenimiento de la adversidad logra desengranar las estructuras de la cabeza: fortalecido por la soledad, reconoce la belleza de las cosas y empieza a desnudar a la eternidad en donde callada habita sin serle reconocida su merecida gloria. Sin embargo, sacudido el hombre por la adversidad, el autor decide mostrarnos cuan lejos puede llegar un hombre que ha sido sumergido totalmente en la amarga sangre de sus pasiones. Es ahí donde el delirio de Cova roza lo lírico que hay dentro de la desgracia. Es también ahí donde abre su discurso con una invocación a la Selva.
"¡Oh, Selva, esposa del silencio
madre de la soledad y la neblina!
¿Qué hado maligno me dejó prisionero
en tu cárcel verde?"
Con el final de la vorágine, viene el desahogo de la intensa confusión del hombre. Se agradece el autor que haya prestado, al menos una sola página, a la disipación de la desgracia. El epílogo, inevitable consecuencia de su procedencia, sugiere que no queda más futuro que la desmesura para el hombre que ha sido arrebatado por la Violencia. Con el cierre del libro, lo que más se agradece al autor es que haya sido tan sabio y tan cruel como para lanzar a un triste poeta a una travesía, que desde sus inicios, se vestía de mortaja.
martes, 17 de febrero de 2009
Sin habitación para las dudas
Es que a los dos les atraviesa el mismo miedo que congela las narices y hace a la cabeza pesar inconquistables kilos.
Es también mentira que exista terrible diferencia entre el hombre que rodea con lujurioso brazo la cintura de una muchacha vulgar que ha comprado en los bares o las oficinas; y, el otro, el que rodea con similar brazo el frágil torso de un muchacho con el que se pavonea en lugares más oscuros que los bares y las oficinas, pero con idéntica espesura en el aire.
Es que a los dos les ha dado por llenar el mismo vacío con las viscosos abrazos que sabe otorgar, a quién le busca, la trémula lujuria.
Sin lugar a dudas, es una magnífica mentira que haya más diferencia que el nombre entre el hombre que escribe estas palabras y, el otro, el que es inminentemente su enemigo. Su aversión.
Y es que a los dos les ha tocado ser hombres.
domingo, 15 de febrero de 2009
Le désenchantement
lunes, 9 de febrero de 2009
La Maruca
Todo recordaba, Maruca, con particular angustia. Yacía triste en la cama que era la misma en la que había dormido por suficientes años, como para odiar el mismo piso barnizado de tablones de madera, el lento y pesado aleteo del mismo ventilador de techo que, con doradas aplicaciones, parecía recordarle que ella no conocería hombre alguno que la lograra sacar, aún siquiera a golpes, de la misma maldita casa de Santa Tecla que, con el paso del tiempo, sólo se afeo y achicó pareciendo así una burla indiscreta a su avejentada figura. Entonces, la pesadez del aire cedió ante las horribles risas de los crueles niños, hijos de la hija de la menor de sus hermanas, quienes entraron con imprudente taconeo y se refirieron a ella como Abue Maruca. Ella dio un largo trago de saliva que se encajonó en el deteriorado diafragma de su estómago -enfermo, agonizante, carcomido- y dibujó la más triste de las sonrisas sobre su rostro: la misma sonrisa dañada que aprendió, un tanto obligada, cuando alguién le reprendió por reaccionar con natural disgusto ante la degradación de su nombre.
viernes, 6 de febrero de 2009
Las veraneras
Al despertar, los ojos se iluminan como dos discos de luz frente a la entrada del cálido brazo del mediodía que trae consigo un puñado de flores encendidas. Funciona de la misma manera que lo hace un beso de frescor en los labios o, quizá, un golpe hermoso y cerrado directo al corazón. Entonces, parece ser que en lo que resta del día uno se tiene que armar de entusiasmo y valentía para dirigirse al filo del abismo más cercano: solamente una acción de magníficas consecuencias podría contrarrestrar el dolor y el placer que retuerce al espíritu de la manera que lo hace la cima del día adornada con peligrosa belleza.