viernes, 12 de diciembre de 2008

Sobre el Amor y el amor

No, nos culpen.

El ánimo del ser humano es necesariamente inquieto. Lo que somos, lo somos con un traje frágil muy pequeño para nosotros: nos vemos obligado a buscar algo más. Sin embargo, el error trascendental está en buscar ese algo más en los moldes obsoletos que nos imponen las circunstancias de una sociedad, en promedio, mediocre. Nos entran por los ojos, por la boca, por la piel y la mayoría de veces buscan morada en el corazón que es donde se arropan con los pliegues de nuestro mejor yo y se acomodan para aletargarnos hasta que sea muy tarde para hacer algo al respecto.

Las pláticas que tenemos varían, en un principio, de acuerdo a los eventos previos; pero, con el paso del tiempo —y principalmente: de las bebidas— giran violentamente alrededor del mismo vórtice: nuestros ojos se llenan de un encanto adorable; nuestras bocas, de una baba viscosa. Para este momento, estamos discutiendo sobre al amor. A medida la emoción se disipa, nuestras voces pierdan la armoniosa composición para dar paso a una pesadumbre y es entonces cuando notamos que por más amor que se sirva con los cócktails, nuestras copas están vacías. Vacías, las manos; vacíos, nosotros.

Que no quede duda: el lugar que le damos al Amor, es el adecuado. El irresistible soplo divino que lleva al corazón humano a otra condición, envolviéndole, transformándole, haciéndole más. Pero nosotros hemos puesto en la mesa el mapa equivocado. Las rutas que aparecen en este papel muy moderno para el Amor, nos ofrecen, en cambio, una ciudad en blanco y negro, inundada con vestidos cortos y perfumados que, coquetos, se levantan con viento artificial. Sino, tenemos la ciudad de las películas, donde el amor es violento y reconoce los defectos de los amantes; para que, paso seguido, se lleven entre lágrimas y risas a una cama con sábanas impecables que lucen de la misma manera, incluso después del coito animal. Estamos en la búsqueda de otro amor. Del amor de los sentidos. El más fácil de encontrar, el más fácil de vivir, el más fácil de perder.

Compadézcannos. Nos conformamos con este amor no por el placer sensorial que implica; sino, por cubrir, de cualquier manera, una deficiencia más grave aún. Nuestros corazones tienen hambre. El delirio interno nos obliga a montar intentos necios que son un puñado de relaciones cortas, vacías, destructivas y sobre todo: dolorosas. A pesar de mantenernos despiertos con esta ilusión pasajera, nos toca lidiar con el dolor de la desilusión: la congoja que resulta de engañarnos a nosotros mismos con una mentira que sabe, en el paladar, justamente como quería nuestras bocas.

Como dije al principio: no nos culpen. Nos tomó un buen trozo de tiempo reconocer que nuestro corazón se encuentra famélico. Nos tomará, quién sabe cuanto tiempo más, reconocer que lo que quieren el corazón no es más que comer más de sí mismo. Hasta entonces, se nos verá protagonizando lindas películas con lindas actrices o intensos episodios en televisión que desbordan en lujuria.

Hasta entonces, se nos verá llorando tras bambalinas.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Te sienta bien este nuevo aire. Se siente mucho el cambio.