miércoles, 10 de marzo de 2010

Somos muchos

1
No sabe cómo decirle a su hermano que no le odia. Ya casi son dos años desde que se separaron abruptamente. Aún así, su memoria le devuelve —a manera de fúrico oleaje— el recuerdo del día en que la brecha del odio se originó en su corazón: uno muy joven. Ahora ha llegado a la gran conclusión que lo que alguna vez lo separó de su hermano es todo aquello que en estos momentos él necesita. No supo digerir la abrasadora pasión con la que su hermano se lanzó a lo que le era propio. Está acorralado. Si quiere moverse de este sitio desértico tendrá que incluír de nuevo en su vida a su hermano. No sabe cuáles son las palabras que hay que decir. No sabe como llenar el espacio de tiempo que ha funcionado como separador definitivo entre él y su hermano. Mirada sobre el hombro, la lengua atada. No sabe cuánto más podrá seguir en esta habitación desolada.

2
Hace más de diez años que aterrizé en esta ciudad. El aeropuerto no parece haber cambiado en lo absoluto. El diferente soy yo. Ahora las paredes forradas de plástico verde no susurran promesas de una vida mejor. En todo caso, chorrean el pesado líquido de la decepción. Me duele mucho reconocer que me equivoqué. Haberlo dejado todo por el impulso de un nuevo comienzo. Dejar, en mi ciudad, los pendientes con mirada de melancolía. Ahora tomo el vuelo de la tarde. Regreso a mi ciudad hasta mañana. He tomado las medidas necesarias para instalarme en un lugar alejado de mi barrio. Tampoco me despedí de este lugar. Regreso a mi ciudad por que aún no existe un territorio definido para el limbo. ¿Qué se supone que sigue ahora? Por las ventanas del avión se comienzan a ver los rascacielos del Sur. En mi cabeza sólo habita una voz que me recuerda que no estoy joven, que ya pasaron diez años y que regreso exactamente al mismo punto del cual partí.

3
A ella, el asunto que le tiene inquieta tiene que ver más con su pasado que con su porvenir. No es tanto pensar en qué va a hacer a partir de ahora; sino, más bien, es mirar hacia atrás y tomar consciencia absoluta de que todo lo que ha construído ha sido un fantasma de lo que ella creía de sí misma. No ha sabido llenar sus propios zapatos. Su cuerpo parece confirmar sus más temidas sospechas. Si antes lúdico y brilloso, ahora es opaco y aburrido. Los que la conocen le hacen ver que hay mucho más adelante de lo que hay atrás. En términos de tiempo, les da la razón. Pero su problema, más que de años, tiene que ver con la plataforma en la que está ubicada. A esta edad, con este cuerpo, ella ya esperaba haber conquistado, siquiera, uno de sus sueños. París, el amor, una mascota, la independencia, el odio, una novela, haber servido a la humanidad. Nada. Ni un solo objeto de su larga colección de deseos. Antes de tomar la cuota de ansiolíticos que le permite dormir sin descansar, aprieta los labios y piensa en lo que le seguía a esa primera lista. El desamor, la muerte de un ser cercano, la segunda novela, un lugar con balcón, dos ciudades en menos de cinco años. ¿Cómo pensar en el futuro sin haber siquiera conquistado el escalón de abajo?

1 comentario:

Carmen dijo...

muy fuerte lo de tu hermano.
hacelo.