domingo, 26 de diciembre de 2010

La fascinación existe

La fascinación que existe entre nosotros y ciertos símbolos proviene, si se puede decir así, del eco que se extiende dentro de nuestros cuerpos en el momento en que nuestros sentidos hacen contacto con ellos. A algunos de nosotros, se nos podría ir la vida entera en ese breve instante. Más importante que la fascinación por sí misma, es reconocer la razón por la cual ese encuentro nos mueve de la manera en que lo hace. El verdadero movimiento, la suspensión, es posible únicamente con lo que tiene la misma composición que nosotros mismos: el viento, el cielo, las nubes, el mar, las voces, los nombres, el otro. Los primeros encuentros están impregnados del misterio que otorga la falta de conocimiento: aquí, nos dejamos llevar por lo que vemos, oímos, escuchamos, palpamos; pero, nos arrastramos hacia algo (y de cierta manera) que no sabemos qué es: esta es la verdadera naturaleza del encuentro. Probablemente, la mayoría de nosotros se quede atrapado en la fase de identificación de los símbolos: saber con claridad qué es lo que nos mueve y qué tan cerca podemos estar del fenómeno. No todos lograremos cruzar la frontera del encuentro a la comunión. Sin embargo, mientras hayan niños (o futuros hombres) que se mantengan firmes frente al mar sintiendo, dentro de sus cuerpos, como se extiende el color del espíritu de su cabeza a su pecho, de su pecho a su estómago, de su estómago a sus genitales, mientras existan esos: señores, hay esperanza.

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