miércoles, 21 de enero de 2009

Monólogo

—¿Estás ahí? Te pregunto yo.
—Apenas, te respondo yo.
—Bien. Qué linda la luz así de débil, ¿no? Difícilmente se vislumbra lo pronunciado de tus pómulos. Pero, siendo honesto, aún así te noto enfermo. Quizá muy pálido.
—Ya comenzas vos con tus engaños. ¿Qué tiene de linda esta oscuridad? ¿Qué se supone que hagamos en este abismo?
—No, no. Reformulá: ¿Qué se supone que vos hagás en esta oscuridad?
—Egoísta.
—No, no es eso. Es que yo, de esto, ya sé. Siempre he estado en lo oscuro. Vos sos él que es nuevo en todo esto.
—Sí, ya sé. Bueno, como sea, quiero regresar a la luz. ¿Por dónde se regresa?
—No sé. Desde que nacimos, yo fuí relegado a este lugar. No tengo idea de cómo es allá, mucho menos de su ubicación. Pero, no seás así, mejor quedate. Desde que estás acá me siento mejor. La oscuridad es menos densa y el corazón lo siento más ligero. ¿A vos no te pasa lo mismo?
—No. No me quiero quedar con vos. Sé con certeza que vos estás detrás de las pesadillas que no me dejan dormir.
—¿Cuáles?
—Vos sabés. No te hagás.
—(Con picardía) No, en serio, ¿cuáles?
—Esas que tratan del mar. De repente estoy de pie, frente al mar, con una arena gris y fría. El mar comienza a violentarse y, en menos de lo que uno puede gestionar un pensamiento, ya está frente a mí una masa de agua opresora. Todo está preparado para que me muera. ¿Me querés, acaso, matar?
—No. Quiero que vivás acá. Conmigo.
—¿Por qué me asustás entonces?
—Porque es la única manera de que me hagás caso. Traté de acariciarte la boca del estómago cuando leías poesía, traté de susurrarte nombres antiguos en el oído: hasta me disfracé con el manto oscuro de la noche y te invité a que me siguieras. Ninguna vez reconociste mi presencia.
—Es que esas cosas no me gustan. Vos sabés.
—Puesi, por eso mismo. Te conozco y sé que lo único que te provoca movimiento es el miedo.
—Cínico.
—Así soy yo. Así sos vos, también. Lo que pasa es que no sabés. Yo te he visto cuando tus ojos se envuelven de esa película viscosa al ver en las calles decenas de cuerpos apretujados, sudando, vulnerables.
—¿Y qué? Somos hombres, ¿no? Tenemos derecho al instinto.
—Tenemos derecho a perdernos en él, también. Vení más cerca. Te voy a dar un beso en los oídos para que podás escuchar todos los sonidos que te han prohibido allá arriba. Te voy a rozar los párpados con la punta de los dedos para que podás ver con el ánimo del hombre antiguo. Te voy a dejar ser la unidad y no una parte.
—¿Y qué tendría que hacer, pues?
—Primero, sacá de tu pecho el corazón y moldealo hasta hacerlo un pájaro rojo. Luego, abrí las palmas y dejalo volar en la oscuridad. ¿Entendiste?
—Sí.
—Allá va.
—Pero, mirá, ¿me prometés que ya no voy a soñar con el mar?
—Sólo si vos me prometés que te vas a quedar aquí, conmigo.
—Lo prometo.
—Bien. Te prometo que ya no vas a soñar con el mar.
—¿Y qué voy a soñar ahora?
—Vas a soñar conmigo.
—¿Y vos conmigo?
—No. Yo voy a soñar con tu corazón hecho pájaro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Perdamonos en el instinto. A veces cuesta.
Me encanta Javier, esta super cool :)
Red Beast

Nadie dijo...

Qué lindo esto.