sábado, 12 de septiembre de 2009

Leaving Las Vegas

Alguien dijo alguna vez que el punto de quiebre del exceso habita en el lugar exacto en donde este interrumpe la vida del que lo ejecuta. Ahora bien, ¿qué es de esta máxima cuando el exceso no tiene alguna vida que interrumpir? ¿Será que es entonces cuando el exceso es lo más puro que puede ser?

Leaving Las Vegas (1995) lo trata de averiguar. Se arma de un actor con cara de paranoia, de una actriz con una belleza muy sencilla y de una ciudad lo suficientemente brillante para cruzar con facilidad la línea que divide la celebración del hastío. Bajo estas directrices se hace posible desarrollar la historia de cómo un hombre comprometido va cayendo, a velocidad exponencial, en lo que podría clasificarse como territorio prohibido para la mayoría de nosotros.

Como suele suceder con cualquier filme que ilustre el lado oscuro del corazón humano, este también cautivó y aberró al público al momento de su salida. Los cautivó, quizá, por el grandioso trabajo del actor principal —quién, debe reconocerse, supo manejar muy bien la maravilla que es el abismo del espíritu del hombre— si no por ello, quizá por la frágil técnica que ocupó el director para filmar. Aberró por que sigue siéndole difícil al hombre dirigir la mirada hacia los cuerpos de aquellos que fueron más susceptibles a la corriente que mueve el corazón del hombre.

El sexo, la prostitución, el alcoholismo, las drogas, el masoquismo y la depresión en esta película pueden ser vistos de dos maneras. La primera, la más tradicional. Simples fenómenos resultantes de hombres que valen no más que nada. Elementos que se dejan al margen y que, por obra y gracia de la Sociedad, saldrán de nuestras calles y nuestras ciudades por acción de ellos mismos. Pero, también está la segunda. Estos fenómenos son las consecuencias de haber jugado y haber perdido todo el corazón en una sola carta. No es que sean modelos a seguir. Es que hay que reconocerles que los que ahora llevan esos monstruos encima le dieron la cara a la vida de una forma que, quizá, algunos de nosotros no hemos logrado.

El hombre que, como nuestro personaje principal, decide acabar con su vida de la misma manera en que comenzó a olvidarla; lleva dentro de sí un corazón animal, poco domesticado; que, como el niño, salvaje y violento responde a las carencias que no supo llenar nadie ni nada. Es caprichoso. Es estúpido. Es destructivo. Pero, ¿no es así, también, La Naturaleza? ¿No es así nuestro origen?

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