martes, 8 de septiembre de 2009

Turbio, caótico, caníbal

En este pequeño jardín de juegos jugamos a hacernos daño. No conocemos algo mejor que hacer. O, al menos, no creemos que haya algo mejor que hacer. Hemos sido así desde hace mucho tiempo. Él le hizo daño a ella. Ella a él. No tomamos más nota que del daño propio. Cuando este se manifiesta, lo demás parece ya no importar. Aunque en su inicio sea un juego inocente, nos ensañamos. Nos obsesionamos. Nos retorcemos. Queremos contagiarlo. Nuestro pecado lleva en la raíz lo verde del fruto que aún no ha madurado. En su copa: la corrupción de la carroña. Somos niños y niñas que se lastiman en el corazón. Encerrados en un frágil jardín. Atrapados por cercas que creamos con los cuerpos de los más débiles. ¡Cómo nos duele la herida provocada!Pero, cuanto placer nos brinda provocarla. Así se ve este jardín para los de afuera. Como un pedazo de tierra entre nubes y serpientes. Turbio, caótico, caníbal. No tenemos planes de dejarlo. Aunque el número de pérdidas siga aumentando. No hemos conocido lo que hay allá afuera. Vivimos a la expectativa de la apropiación del yugo. Lo esperamos en nuestras manos. El día que el arma caiga en manos ajenas sufriremos. No reconoceremos que es entonces cuando nos elevamos por encima de los árboles de manzana. No sabremos ver la salida. No por que no queramos. Sino, por que no aún no hemos conocido algo mejor.

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