miércoles, 4 de noviembre de 2009

Encuentre la única diferencia

1
Para haber sido un hombre cuerdo, Diego ocupaba demasiado tiempo en contemplar las nubes. Sus favoritos eran los días en los que la luz de la mañana componía a las nubes de manera robusta. Sino, también tenía especial aprecio por los días en los que el viento las barría y las dejaba despilfarradas por todo el cielo. No dejaba de observarlas sino hasta tener completa consciencia de sus detalles. Era un ejercicio tanto doloroso como placentero. Dolía por que así se estremece el corazón del hombre cuando observa algo que no se puede contener bajo los principios de este mundo. Regocijaba por que eso es lo que provoca la casi invisible caricia de lo inefable en el pecho. A Diego se le hacía imposible separar lo uno de lo otro. El ejercicio lo construía y destruía mil veces al día. Para cuando se vino a dar cuenta, Diego estaba muy enganchado a su hábito. No tenía intención de corregirlo.
2

Para haber sido un hombre foráneo, Diego ocupaba demasiado tiempo en el capricho de vivir las cosas de este mundo. Sus favoritas eran las sacudidas que provocaban las falsas emociones en su pecho. Sino, también tenía especial aprecio por todas aquellas sustancias que engañan al que sueña y apaciguan al que se queja. No dejaba de armarse de experiencias sino hasta tener colmadas todas aquellas exigencias del espíritu que él no sabía llenar. Era un ejercicio tanto doloroso como placentero. Placentero por que así es el fugaz instante en el que se cubre la boca del yo oscuro con la embriaguez del yo fantasma. Doloroso por que la luz del día sigue mostrando a las nubes como fehaciente prueba de lo que nunca escuchamos y lo que nunca seremos por cobardía. A Diego se le hacía imposible parar. El ejercicio aliviaba y lo retorcía mil veces al día. Para cuando se vino a dar cuenta, Diego estaba muy enganchado en su hábito. No tenía intención de corregirlo.

1 comentario:

Paty Trigueros dijo...

me gusta el contenido y la forma!