domingo, 15 de noviembre de 2009

Puerta cerrada

A decir verdad, nunca me he sentido muy cómodo con las nuevas visitas. Con el tiempo, esto dejó de ser una falta para convertirse en eso que convenientemente definimos como un rasgo de la personalidad. Soy más del tipo reservado. Me gusta bajar las escaleras a un salón vacío; acompañado nomás que por la luz anarajanda de la tarde. Además, me gusta tener pleno control de todo aquello que dejo ver de mí mismo a las personas extrañas. Así, por ejemplo, evito quedarme a dormir en una habitación que no sea la mía. La luz de la mañana nunca me ha favorecido. De hecho, por algún lado escuché que la única forma de conocer genuinamente a alguien es estar a su lado para cuando da las primeras palabras del día. Nunca me he sentido listo, ni creo poder estarlo en poco tiempo, para un detalle de esta magnitud. Con la mayoría de mis conocidos, he logrado controlar la situación. Dejo que crucen la puerta sólo alguno de ellos. A los que no, tampoco es que los desheche como asuntos ordinarios. De ser posible, les doy un recorrido por los jardines de los alrededores y, sino, por lo que considero algunos de los sitios más importantes de visitar. El problema está cuando me encuentro con visitas que no necesitan tocar la puerta para entrar. Esos son los que se salen del margen. Como no los puedo controlar, me armo de toda mi paciencia y, si ando de buenas, platicamos un par de horas. Luego me disculpo y pretendo ir a la cama aunque tanto ellos como yo sepamos que lo último que vendrá a mí es la tranquilidad que necesita la cabeza cuando se aligera para dormir. Cuando ando de malas, lo cual ha ocurrido durante los últimos días, solamente ignoro su presencia. No me molesto, siquiera, en ofrecerles algo de tomar. Vale decir que esta práctica ha disminuído efectivamente las visitas. Al menos, hasta esta última semana. Uno de estos visitantes se ha valido de un sentido distinto a la vista para hacerse presente en mi habitación. Resulta que ha dejado un trazo de olor en el camino que ocupa aproximadamente doce pasos para llegar desde la puerta de mi habitación hasta mi colchón. El olor es desagradable: una intensa mezcla de madera con sudor. Los dos primeros días que estuve consciente del fenómeno, decidí ignorarlo. Me sentía incapaz de asimilarlo. No fue sino hasta el día de ayer que dije algo al respecto. Lo dije en voz alta. Debo reconocer que cuando encontré no más que el recuerdo de aquel olor en m habitación, sentí la lejana caricia que es la decepción del corazón humano. El olor se ha desvanecido. Ahora no me queda más que la incisiva duda de saber si esta política de puertas cerradas es lo que realmente más me conviene.

1 comentario:

Paty Trigueros dijo...

Interestingly written y hermoso el tema and stuff, me gustó en especial la incisiva duda con la que concluye.