martes, 9 de febrero de 2010

Los Abrazos Rotos (2009)

Usualmente Pedro Almodóvar trabaja bajo una línea muy colorida en relación al cine que construye. Aveces, debemos reconocerlo, es más manchón que línea definida. Por eso, para los que hemos seguido el trabajo del director, fue una sorpresa encontrarnos con una propuesta tan sobria como lo es su último trabajo cinematográfico. Finalmente, aquí entre nosotros, están Los Abrazos Rotos (2009).

Este filme se destaca por saber ocupar todos los recursos con que cuenta a su favor. El tiempo, en primer lugar (y no por primera vez), funciona de manera estupenda para la intensidad de la historia que está siendo relatada. Desde un inicio muy precoz, el director decide hacer hablar a la voz del narrador en el presente y, sin embargo, la llena de palabras del pasado. A medida se desenvuelve la historia, es la misma voz la que nos lleva hacia atrás (con el sencillo, pero eficaz recurso del relato) con el único ánimo de reconstruír todo lo que ha llevado al protagonista hasta el lugar en el que ahora reside toda su persona. Sin lugar a dudas lo consigue. En el momento en el que la voz del protagonista casa con las imágenes en el mismo espacio temporal, observamos a un protagonista fortalecido por el dolor, descifrado por el tiempo. Almodóvar decide llevarlo hasta tal nivel que, en el momento en que el tiempo ha cumplido su función explicativa, regresa al personaje principal su nombre verdadero. Una vez hemos conocido su historia, tiene él derecho de regresar a ser quién realmente es.

En materia de imágenes y simbolismos, no hay más que decir que es el recinto donde el director se puede proclamar, con toda propiedad, como el Amo y Señor. Me atrevería a decir que, a diferencia de las películas anteriores, las imágenes (aunque muchas de ellas antes vistas en el trabajo del cineasta) de este filme son mucho más elegantes. Más trabajadas, por así decirlo. Las más impactantes son aquellas que brotan del Dolor y se extienden, desde la pantalla, hasta el núcleo del espectador. En este aspecto del filme, es en donde mejor se puede apreciar la unicidad del creador. Si el protagonista o los actores de reparto están entumecidos o adoloridos por una sensación específica, el director posee la grandiosa habilidad de acentuarlas a partir de escenas muy bien construídas y que, una vez ejecutadas, logran crear la réplica exacta de todo aquello que los diálogos no lograron decir por no ser suficientes o por no encontrarse presentes.

El hecho de que dos de las actrices que actúan en este filme destaquen de inusual manera en su desempeño, es sólo consecuencia directa de la injerencia del director sobre ellas. Tal es el caso de Penélope Cruz y Blanca Portillo; quienes, aunque reconocidas anteriormente por sus papeles, logran apegarse a los guiones y darle vida a dos mujeres totalmente invadidas por la historia.
Aún a sabiendas de que estas dos mujeres son seres humanos independientes del filme que, para gloria o desgracia de ellas, han actuado en otras películas; se podría, incluso, llegar a pensar que ellas no tienen más dimensión que el rostro del cual se les ha dotado para los ciento veintisiete minutos que dura la película.

En fin, Los Abrazos Rotos es una propuesta muy madura de parte de Pedro Almodóvar. Está llena de esfuerzo, detalles bien construídos, diálogos e imágenes que, aunque son los de siempre, han sido revestidos de un nuevo significado. A todos aquellos que no conocen el trabajo del director, podrá parecerles una buena película nomás. Pero a los que hemos puesto el ojo en el trabajo anterior del director, nos parece un salto. Una mejoría. Algo así como el uso del director respecto al recurso del tiempo: una historia que está construída con las palabras de antes; pero que es con la voz del presente con la que tiene que ser contada.

1 comentario:

Carlos dijo...

Creo que tendría que volver a verla, pues solo lo he hecho una vez.Tal como decís, es muy distinta a sus anteriores obras, muy diferente al concepto "almodovariano" al que estamos acostumbrados. Muy sobria, quizás hasta muy fía. Se extrañan aquellos elementos humorísticos que divertían, por ejemplo, en "Todo sobre mi madre"´, "Qué he hecho yo para merecer esto" y otros tantos, ya clásicos del cineasta. Creo que la parte en que Penelopé Cruz se dobla a sí misma es genial y la historia de los vampiros son de mis escenas favoritas, sin olvidar la película dentro de la película (Chicas y Maletas) que recuerda al Almodóvar de antaño. En fin, no sé si Almodóvar va seguir este nuevo rumbo, pero creo que la película supera la prueba, solo que hay que visionarla sin la nostalgia de las producciones anteriores.