jueves, 25 de febrero de 2010

Laura, desaparecida

Laura aterrizó en su habitación a eso de las cuatro de la mañana. Aunque nunca despegó los pies de la tierra, su espíritu si consiguió viajar por ciertos lugares que, por su inmensurable altura o profundidad, requieren quebrantar las líneas a las que nuestro tiempo insiste en atarnos. Antes de posar los pies sobre la alfombra marrón que se derrama sobre la superficie de su cuarto, logró ver el reflejo de su rostro en el espejo. Llevaba un vestido color negro. Descubierto del pecho. Con delicados pliegues que caían hasta la altura de la cintura. El borde de su vestido su vestido se movía como imitando el oleaje del mar.

Desde hace unos años para acá, Laura ha insistido en beber alcohol copiosamente. Como cualquier suceso en su vida, este hábito comenzo siendo, en primer lugar, un eco. Una especie de réplica que proviene de las cavernas de su tórax y que, una vez ejecutada, se siente como la confirmación de una sospecha. Ahora ya no es como antes. Antes, el alcohol poseía una cierta cualidad indescifrable. Como la revelación de un misterio del universo, la venda arrebatada de los ojos. Ahora, si tiene suerte, apenas y logra distinguir el lejano sabor férrico que le deja en la lengua cierta mezcla de licores.

Laura ha perdido algo. Lo más probable es que haya perdido algo de ella misma. La noche y sus implicancias le han jugado sucio. En el corazón del hombre, la noche descontrolada funciona como un carcinoma. Uno que avanza a grandes pasos y consigue derribar todos los árboles que, como cimientos de los principios de la propia naturaleza, han sido erigidos en eso que, algunos de nosotros, insistimos en llamar el Bosque de Los Espíritus. No hay que ser duros con ella. También ella creyó en esa falsa alineación espíritu-corpórea que otorga la falsa tranquilidad. El cese de la guerra. La pausa en el engañoso camino hacia el encuentro con uno mismo.

De cualquier manera, a Laura se le ha brindado una segunda oportunidad esta noche. Borracha de una sustancia diferente al licor (quizá más parecida a la música) fue arrastrada desde los bares de esta ciudad hasta la entrada de su habitación. Ahora que ella ha reconocido sus pies elevados por el suelo, descalzos, llena por dentro de una mezcla irreproducible de todas las emociones; ha tomado consciencia de eso que dejó que le arrebataran en el pasado. Se parece a la tristeza en magnitud, pero es de otro color. Desde algunos ángulos se parece al amor; desde otros, al odio. Aún así, no se trata de ninguno de los dos.

Laura no lo sabe, pero desde esta noche conseguirá llegar volando hasta el lugar adónde vive. Con el tiempo, comenzará a volar más y más alto. Visitará la Luna, el Inframundo, la profunidad del mar, otros planetas y otra suerte de lugares de los cuales ni siquiera se sabe el nombre. Finalmente, cuando Laura vea frente a frente eso que la mayoría dejamos morir dentro de nosotros mismos, perderemos noción de su existencia.

Aunque querramos mucho a Laura, nos resignaremos a su pérdida. Nos ayudará a sobrellevarlo las fugaces visitas que ella decidirá hacer en la mueca inhumana que de repente nos deja ver el reflejo del espejo. Sino, la luz que borra una parte de nuestros rostros en las fotografías.

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