domingo, 7 de agosto de 2011

Ver y observar

Si por sus ojos fuera, ya estaría aplastado debajo de las miles de placas que ve cargadas sobre su propios hombros. Sin embargo, si no fuera por sus ojos no tendría la oportunidad de observar los pequeños encuentros que hay entre su mundo y, el que cree, es el mundo de todo lo demás. Aunque partan del mismo lugar, ver y observar nunca han sido actividades idénticas. Requieren, del sujeto, ánimos completamente diferentes. Esto no era de su conocimiento; aunque su cuerpo sí sabía sentir (y distinguir) la diferencia entre ambas. Veía su pasado, veía lo que le obligaba a acercar sus manos, a su boca. Veía cómo lo revivía una y otra vez hasta que consiguiera desgastarse por completo. Esto lo veía la mayoría del tiempo. Aún así, su cuerpo (su más fiel compañero) observaba como bajaba el café, cálido y reconfortante, por su garganta. Observaba cómo existía armonía entre la música que escuchaba y la forma en la que se desenvolvía la energía de la misma dentro de su pecho. Observaba que estas ventanas, por más fugaces que fueran, se abrían y abrían un nuevo tiempo de vida en él. Observaba que podía vivir de nuevo, sin pasado, sin futuro. Así se le iba la vida viendo y observando cosas distintas. Oprimido por los ojos que ven desde adentro hacia afuera; liberado por los que, desde afuera, observan hacia adentro.  Pasó que su piel pudo sentir la lluvia acercándose desde los lejos. La escuchó danzar sobre su jardín. La tentación de sacar la cabeza por la ventana y ver la lluvia (la que cae de arriba a abajo, la que en algún momento cesa, la lluvia de siempre) era grande. Se contuvo y decidió observar. Observar la lluvia sin verla era lo que él necesitaba. Decidió ocupar estos ojos y no los que sólo veían para ver y observar las cosas. A los otros ojos, después de sacarlos de sus órbitas, los guardó en un frasco. Ahora siente compasión al verlos por que también los está observando.

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