martes, 9 de junio de 2009

De cómo mantenerse a salvo en la ciudad


Si su caso es el del hombre que se encuentra en la incómoda situación de vivir en una ciudad extranjera cuyas calles están vivas; ayúdese de la propuesta que humildemente presento para caminar por dónde se le hace necesario sin comprometer el espíritu.
En primer lugar, diríjase únicamente sobre las calles y avenidas principales. Sucede que es en las calles y avenidas alternas en donde se cultivan las excentricidades de las ciudades: así, he sido testigo de sitios de brujería, hostales de mal haber, bares y bazares independientes que emergen a los márgenes de las cruces que hieren las plazas céntricas alrededor de las cuales se construyen las ciudades. Como es de esperar, es también en estos lugares en donde los hombres viven no sólo olvidando los valores que las autoridades quieren instituír; sino, además, platicando una lengua confusa y derivada del idioma oficial.
En segunda, cuidadosamente vigile su paso de tal manera que logre andar por su ruta sin tener que alzar la mirada a la altura del horizonte. Encontrará este consejo muy útil una vez compruebe que hay miradas extrañas que buscan insistentemente calar con la suya. Las hay tan intensas que logran acompañarlo a casa y aparecer en su pensamiento cada cierto número de segundos. Las hay tan seductoras que le pueden hechar a perder el resto de la semana por hacer que Ud. se entregue a su incensante búsqueda. Las hay tan tristes que consiguen transformarlo en un fumador cuyos sentimientos sólo pueden ser aplacados con el vaivén del humo que se escapa por la boca.
En tercer lugar, por sobre todas las cosas evite salir con el corazón a la calle. Verá que fácilmente el corazón se lastima al confirmar que aún existen hombres cuyas piernas están entretejidas con el frío concreto que compone las aceras. El dolor atravesará cualquiera de sus dos ventrículos al escuchar los gritos de los profetas urbanos a los que nadie parece prestar atención. En el peor de los casos, el corazón se magullará con los ojos puros de los que todavía son niños y que tienen la capacidad de extender la mano y provocar que en el tórax resuene con violencia su nombre propio.
Dicho esto, no me queda más que desearle una felíz suerte y, además, observar que el ejercicio que he descrito anteriormente es doblemente eficaz: lo salva de la vorágine cotidiana y, en adición, consigue endurecer su pecho para mantenerle tranquilo bajo una misma línea que es certera y, sobre todo, inhumana.
*Fotografía del edificio de correos en el centro de San José.

1 comentario:

Raúl dijo...

Javier, gracias por tu visita y tus palabras en mi blog.
Nos leemos.
Un saludo.