domingo, 30 de agosto de 2009

Un pequeño desajuste, nomás

Para comenzar, hay que entender de dónde provenía. Venía del dolor. De esos que son pasillos muy angostos para el cuerpo. En esencia, agotadores. Buena parte de lo que había sido su vida en esos momentos, correspondía a la integración de todo lo que había dejado de fuera. Eso que nos corresponde, pero no nos gusta reconocer. No cabe duda que cuando consiguió hacerlo, su espíritu cayó en regocijo. Su semblante se suavizó. La vida era entonces una celebración. El tiempo que siguió a este fenómeno era muy ligero. Llegaba y se iba con premura. Nada parecía muy estable. Tampoco, definitorio. Su cuerpo parecía haber olvidado el pesado capítulo que acababa de recorrer. Su espíritu no. Nació, ahí, un desfase. Cuando esto sucede y no se toma el tiempo de solucionarlo, el cuerpo y el espíritu avanzan en direcciones disímiles. El desfase se convierte en una brecha. La brecha en un abismo. Como es imposible separar al hombre en partes, se inició una batalla. Diferente de la primera. Quizá, peor. No es lo mismo pedirle retroceso al hombre que ha conquistado algo que hacerlo con el que aún no conoce la apropiación. Nuestro personaje era muy orgulloso para reconocer lo que le debía al dolor. No tenía intención alguna de volver el rostro hacia él. En esto tenía razón. En lo que estaba equivocado era en la manera en que había de regresar a él. No era necesario el sufrimiento. Sino, la apertura. Lo maravilloso del espíritu que se encuentra adoleciente es que es el más sensible de todos. Se nutre más que ninguno. Como él no supo hacerlo, el dolor le reclamó. Esta vez, con más violencia. A nuestro magnífico personaje le tomaría cierto tiempo adicional ajustar sus circunstancias. Una vez lo haga, confiamos en que su espíritu será, de todos, el más hermoso.

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