sábado, 10 de octubre de 2009

El agujero

A Claudia.
Fue hasta el momento en el que lo encontramos insoportable, cuando decidimos lidiar con el agujero que había surgido en la sala de estar. No teníamos idea de que esto podía pasarnos también a nosotros. Siempre hemos sido muy cuidadosos. Algunos de nuestros vecinos, que ya están familirizados con el problema, nos recomendaron dirigirnos al mercado del centro de la ciudad. Según ellos, ahí encontraríamos no una, sino un ciento de soluciones. Al llegar al lugar, lo confirmamos. En poco tiempo tuvimos en nuestras manos casi millar de pequeñas muestras de alfombras. Un muestrario muy variado. Uno muy satisfactorio. Había toda suerte de alfombras: pequeñas, grandes, cuadradas, asimétricas, oscuras, brillantes, delgadas, gruesas, fabricadas en este mundo o fabricadas en algún mundo de afuera. Convergimos en una alfombra gruesa de significativo tamaño con un patrón muy inusual y que, según el vendedor, venía de un lugar en donde las alfombras alguna vez habían sido agujeros. Nos pareció única y adecuada. En el mercado nos explicaron que este tipo de agujeros surgen por consecuencia del contacto entre el cuerpo humano y algún punto del suelo del lugar en el que este habita. No un contacto cualquiera, sino uno específico. Para ser justos, ya lo sospechábamos. La mujer que vive al lado de nosotros consiguió crear un agujero la misma noche que termino de escribir los relatos en los que describía sus últimas citas sexuales con el Demonio. Decidió darse una siesta con justa razón. Despertó flotando sobre una llama violeta que provenía del sótano y atravesaba los dos niveles de su casa hasta llegar a su habitación. Aproximadamente, nuestro agujero medía un metro de ancho y unos dos de alto. No había sentido en buscar a un culpable. Días anteriores al suceso, cada uno de nosotros estuvo envuelto en lo que nosotros conocemos como nuestros episodios. Siempre hemos sido muy vulnerables a las fronteras que rigen el espíritu humano. Las cruzamos con facilidad. Perdemos noción de lo consciente y aparecemos en algún lugar entre este mundo y otro que no sabemos como llamar. A causa de esto, nos manejamos con precaución. Sin embargo, se nos hizo imposible combatir la comunión que surgió entre las condiciones del clima y las que nos regían en ese momento específico. La noche en que el agujero se abrió paso, escuchamos susurros en toda la casa. Eran muy molestos. Sabíamos que se trataban de diferentes voces, lo que no podíamos descifrar era lo que decían. Aparte de sonar en una frecuencia diferente de la regular, se atropellaban unas a otras y aveces sólamente gemían. Decidimos dejarlo pasar. Pero, luego se las comenzaron a ver con algunos de los hábitos que más gusto nos dan. Cambiaban el sabor del té que tomábamos por la tarde, escondían los cigarrillos y le daban otra implicancia al whisky que bebíamos los sábados por las noches. Convenimos en buscarle una solución. Esta mañana colocamos la alfombra sobre el agujero. Queda a la perfección. Sería justo decir que ahora dormiremos tranquilos. Pero, seguimos pensando en lo que dijeron algunos de los vendedores. Esperaban que no fuera muy tarde. Según ellos, cuando esto no se arregla a tiempo el agujero puede mudarse al pecho del hombre. Y como dijo uno de ellos: aún no se ha encontrado alfombra alguna que cubra uno de esos. No supimos qué decir. Por el momento, guardaremos silencio y esperaremos lo mejor.

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