martes, 7 de junio de 2011

La idea del retorno

Yo conozco las entrañas de esta ciudad y esta ciudad conoce las mías. La he visitado más veces de lo que me gusta admitir (a mis conocidos, siempre busco entretenerlos con la sorpresa que sólo proviene del elemento del asombro y el asombro es una de esas cosas que a las personas le cuesta reconocer en la rutina). Sé de sus bares y de sus centros, sé de sus tardes y de la manera en la que cae la lluvia; pero, sí algo sé verdaderamente de esta ciudad es lo que ella procura en mí. Mi entrega a esta ciudad funcionó de la misma manera que lo hace la caña del pescador y el anzuelo: se disfraza una intención de otra y se consigue el resultado. Esta ciudad me quería devorar y lo consiguió poniendo un camino de migajas que me comí con todo gusto. Con el tiempo supe escuchar sus palabras y no las palabras que ponía en los intermediarios. Con el tiempo supe de sus caricias y no de las manos estériles de sus habitantes. Con el tiempo supe su verdadero nombre y no del eco que rebotaba en sus edificios. El verdadero encuentro, la comunión como fuente de conocimiento, provino únicamente cuando llamé a esta ciudad por su nombre propio. No por el nombre que le dan en el mapa, sino por aquel que mi espíritu descifró a través de la experencia de vivir a través de ella. Por eso es que retorno una y otra vez a esta ciudad, por que al escribir con mis letras o al articular con mi voz su nombre estoy pronunciado un nombre que también es mío y que me permite ser, al mismo tiempo, todo lo que yo soy y todo lo que ella es (su viento, su luz, sus hombres, sus mujeres, sus niños, sus licores, sus altos, sus bajos). Supongo que buena parte de mi inhibición a contar la historia que hay entre esta ciudad y yo viene del recelo que alguien más consiga extraer de ella lo que yo he descubierto. De cualquier manera, esto no es ningún secreto: sino, pregúnteselo a aquellos que no necesitan más que un atisbo para conocer toda el esplendor de su humanidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sublime.