domingo, 15 de febrero de 2009

Le désenchantement

Está ahí. En el espacio de aire entre las dos manos que con gestos menguados cortan el vacío para alcanzar el tenedor y alimentar al hombre que se rindió ante la inconquistable faena de encontrar la felicidad que él nunca tuvo en los rostros, en los abrazos ó en las palabras de cualquiera de sus tres hijos varones; quienes, con dispersos espíritus, parecen no tener ni el más remoto parecido al ánimo del hombre que, tiempo atrás, los concibió con añoranza. Ahora él parece ser una silueta acortonada que en tardes como esta bulle por los poros una película celeste que se derrama por la mesa y entristece a los invitados.

Protagoniza, sin lugar a dudas, la pena y el dolor del que es aún muy joven para comprender que la naturaleza del hombre es sobre todo egoísta. Galante acompaña las lágrimas de él que ha entendido que ha puesto Amor en un muchacho que no es siquiera merecedor de un educado buenos días. Ha logrado cuajar en su ánimo, haciendo de él un trapo lastimero: uno que, especialmente, parece no tener intención de creer algún otro día en la bondad del tiempo. Ahora, es imposible concebirle como el chispeante muchacho que, con ingenio y agudeza, domó las irregularidades de sus días y se atavió de bailes y valentía.

En el paladar de él, sabe al amargo trago de vino que atraviesa su ánimo y le deja extinguido. Sabe él que nunca su espíritu se había encontrado tan lejos de ser todo lo que debía ser como en el tiempo que ahora se escurre entre sus persianas y que no hace más que recordarle lo escaso de su fuerza, lo opaco de sus ojos y lo grave de su situación. Claro está que sus anhelos se fatigaron, que su espíritu nunca se movió como él esperó y que su cuerpo es ahora muy viejo para morir por la propia voluntad y convertirse, así, en un jóven y glorioso mártir de la humanidad.

Al contrario de lo que se pensaría, nada de esto impide que con vigorosa oposición su antagonista, la dorada ilusión, se geste en estos mismos momentos dentro de los espíritus de niños, jóvenes y hombres que han encontrado el umbral que, tras de él, propaga con entusiasmo la onírica ciudad de la infinitud. El hombre seguirá bebiendo de esta hasta que su espíritu se sacie o hasta que que se dé por vencido: y en este contexto eso es inevitablemente idéntico a estar muerto.

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