domingo, 22 de febrero de 2009

La vorágine

"Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna,
jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia."
La vorágine, Primera Parte.

Sucede, con la vida de los hombres, que esta se encuentra circunscrita en las magníficas baldosas en donde convive la trivialidad de los hábitos y la violencia de lo inefable. Quizá no sea así con la vida de todos los hombres; pero, al menos, así lo confirman la vida de los hombres extraordinarios. Y sin lugar a dudas, son estos los hombres que han sido los más humanos de todos nosotros.

La vorágine, de J.E. Rivera, lleva al lector a través de la espesura de la selva suraméricana y lo hace, de encantandora manera, guíado de la mano de un hombre que despierta -con todo el sentido de la palabra- cuánto más su corazón se llena de oscuro arrebato. Se desarrolla en tres partes, diferentes todas ellas en densidad y en rostros del mismo hombre.

Arturo Cova - poeta, hombre insensible, arrebatado de razón, salvaje, verdugo de su pasión, muerto, cobarde- logra asaltar la indiferencia que ha ocasionado en sí la ciudad en la que habita su espíritu. Toma acción, creyendo inocentemente conquistar su destino y se lanza a la densidad de una tierra en donde el hombre convive con la fría sombra que regalan los árboles desde la antiguedad y con el terrible sonido de su propia voz que rebota, aún más fuerte que sus gritos de desesperación, en la obligada soledad a la que se ata a medida avanza más en su viaje. Su conquista no dura más de un reducido número de páginas: su destino es el de despertar la selva que habita en el espíritu del hombre: y es esta a la que se debería guardar absoluto respeto.

La novela, fiel testigo de su narrador, respira a través de los exhaustivos suspiros del protagonista. Aún hombre racional, el viajero logra llenar su cabeza de intensos pensamientos que provienen indudablemente del descubrimiento de su nuevo estado. Como todo hombre, ante el advenimiento de la adversidad logra desengranar las estructuras de la cabeza: fortalecido por la soledad, reconoce la belleza de las cosas y empieza a desnudar a la eternidad en donde callada habita sin serle reconocida su merecida gloria. Sin embargo, sacudido el hombre por la adversidad, el autor decide mostrarnos cuan lejos puede llegar un hombre que ha sido sumergido totalmente en la amarga sangre de sus pasiones. Es ahí donde el delirio de Cova roza lo lírico que hay dentro de la desgracia. Es también ahí donde abre su discurso con una invocación a la Selva.

"¡Oh, Selva, esposa del silencio
madre de la soledad y la neblina!
¿Qué hado maligno me dejó prisionero
en tu cárcel verde?"

Con el final de la vorágine, viene el desahogo de la intensa confusión del hombre. Se agradece el autor que haya prestado, al menos una sola página, a la disipación de la desgracia. El epílogo, inevitable consecuencia de su procedencia, sugiere que no queda más futuro que la desmesura para el hombre que ha sido arrebatado por la Violencia. Con el cierre del libro, lo que más se agradece al autor es que haya sido tan sabio y tan cruel como para lanzar a un triste poeta a una travesía, que desde sus inicios, se vestía de mortaja.



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