martes, 17 de febrero de 2009

Sin habitación para las dudas

Es mentira que haya un gran océano de separación entre el hombre que todo lo sabe y no hace algo más que planear su trayectoria; y, el otro, el que no tiene más intención que la de quedarse toda su vida sumergido en pústulas llagas de inmovilidad.

Es que a los dos les atraviesa el mismo miedo que congela las narices y hace a la cabeza pesar inconquistables kilos.

Es también mentira que exista terrible diferencia entre el hombre que rodea con lujurioso brazo la cintura de una muchacha vulgar que ha comprado en los bares o las oficinas; y, el otro, el que rodea con similar brazo el frágil torso de un muchacho con el que se pavonea en lugares más oscuros que los bares y las oficinas, pero con idéntica espesura en el aire.

Es que a los dos les ha dado por llenar el mismo vacío con las viscosos abrazos que sabe otorgar, a quién le busca, la trémula lujuria.

Sin lugar a dudas, es una magnífica mentira que haya más diferencia que el nombre entre el hombre que escribe estas palabras y, el otro, el que es inminentemente su enemigo. Su aversión.

Y es que a los dos les ha tocado ser hombres.

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