martes, 14 de abril de 2009

La Bestia

Ha muerto un pajarillo en el jardín. Ha muerto a manos de La Bestia. Su pecho, que cantaba canciones de cuna, está roto. Rasgado. Sus plumas, que la suave luz de la tarde bañaba, están despedazadas. Dispersas. Sus patas, que se prendían de los seguros muros de la urbe, están quebradas. Inertes. Temprano por la mañana, el pajarillo oyó que por su nombre le llamaban. Acudió sin precauciones a las fauces de La Bestia. Primero masticó su garganta, robándole la voz. Después despedazó sus alas, privándole del viento. Por último devoró su corazón.

Han hecho un círculo los pajarillos en el jardín. Ha muerto uno de ellos. De sus pechos se derramará un cántico de sombría tristeza. De sus ojos chispeará lástima. De sus picos, ira. Los otros pajarillos observarán con rabia cómo la lombríz que antes el muerto presionaba con su pico es ahora la que, bullente, emerge de su pecho. La que una vez fue presa es ahora invasivo predador.

Ha nacido una Bestia en el jardín. Ha nacido en el oscuro corazón hinchado del Animal. Su pecho, que antes cantaba canciones de cuna, está vivo. Voraz. Sus plumas, que la suave luz de la tarde bañaba, son ahora escamas. Ásperas. Sus patas, que antes se posaban sobre ladrillos de la urbe, son garras. Hirientes. Temprano por la noche, el que era pajarillo comulgó con la Bestia. Llamará por su nombre a los que eran sus hermanos. Les masticará la garganta, les despedazará las alas, les devorará el corazón.

Cantará una canción que no alcanzaremos a oír.

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