martes, 9 de junio de 2009

Himno de la luz

Si el corazón del hombre cabe en un cofre, al mío lo encerraron en uno y lo olvidaron en alta mar. Mi historia va desde el momento en que los años, como golondrinas con perdigones, fueron cayendo uno a otro y el busto que alguna vez había erigido en el centro de mi país fue quedando atrás: presa de tierra extranjera, propiedad de hombres extraños. Residí en la profundidad. Mi jardín fue la noche y un cofre hermético, mi hogar. Se sabe que los espíritus del cielo, concientes de nuestra condición, han tejido dentro de nuestro ventrículo izquierdo un fino oído capaz de percibir el más sutil de los himnos. Por tal razón, abren el cielo dos veces al año y dejan sonar el tañido de las campanas de sus templos. Todo esto apareció en mi mente cuando en el tiempo de Pascua percibí las lejanas notas del canto del naúfrago que ha llegado a la orilla. Aliviado de mi condena, agradecí a ellos que hubiesen instuído en el corazón del hombre dichos principios que salvan. Ahora que me elevo a la superficie, el himno que cantan las voces y las campanas me parece uno que no es dulce ni liviano. Mientras más bebo de la luz del cielo, más se aflige mi corazón. El himno que despierta al corazón del hombre es tan poderoso que corrompe cualquier cerrojo, atraviesa cualquier océano y deshace cualquier corazón.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Escribes muy bien